Cultura

Entretextos: Doce mil setecientos ochenta y tres días, un cuento de Luis Moretti

Luis Moretti (Buenos Aires, Argentina, 1968) formado profesionalmente en el área de ventas es, además, actor y director de teatro. Hace tres años decidió dedicarse de lleno a cumplir con el sueño de ser escritor.

 

El encuentro en campo neutral a José no le gustaba una mierda. Hubiera preferido, tal y como siempre arreglaban las cosas, unos mates en el estudio. Claro que ya era demasiado tarde. Y él lo sabía.

“Igual voy a ir a cantarle las cuarenta sin mirarlo a la cara”, se dijo. A fin de cuentas, el otro pelotudo había decidido no hablarle más, y eso a él le dolía.

Al entrar dudó: ¿y si volvía sobre sus pasos? Pero necesitaba saber. Necesitaba entender.

—Estaba seguro de que me ibas a ignorar, ¿sabés? —dijo mientras se sentaba, clavando la vista en un punto de la pared.

Estuvo en silencio un buen rato, espiando a su amigo por el rabillo del ojo. Hasta que no aguantó más y escupió la bronca y el dolor que lo ahogaban:

—¡Escuchame, pelotudo! Dejate de joder, ¡tantos años de amistad! No podés dejar de hablarme así porque sí, che. No es tu estilo. ¿Qué estás buscando? ¿Ganamos algo así?

El amigo seguía sin acusar recibo de sus palabras. A José lo sacudió un escalofrío: pensó en irse de aquella habitación sombría, mustia. Pero no lo hizo.

—Loco, aflojá de una vez. Aparte, además de amigos somos socios, ¿te olvidaste de eso? Sabés el quilombo que tenemos en el estudio. Tus clientes preguntan por vos y no sé qué contestar. Sé que últimamente tuvimos nuestras diferencias, pero no es para tanto. De eso se trata la amistad, no te parece. Todos nos podemos equivocar.

Volteó la cara, y dio un vistazo a la calle.

—¡Bueno, che! No voy a estar acá todo el día rogándote como un otario. Me voy, ¿eso querés?

—Te das cuenta de que estuve cinco minutos en silencio a propósito. ¿Qué buscás? No puedo creer que me estés haciendo algo así. La verdad, no te entiendo: tantos recuerdos, tantas cosas vividas juntos. Desde la secundaria nos conocemos. Desde segundo año, cuando te cambiaste de curso y te sentaste conmigo. De ahí en más, fuimos inseparables. —José levantó la vista y entrecerró los ojos, dejándose llevar por sus recuerdos—. ¿Te acordás cuando estudiábamos de noche? Qué manera de tomar mate y fumar puchos armados. —Otra vez lo espió de reojo—. Mierda, por lo visto no vas a aflojar; no importa. A mí, recordar me hace bien. Y si no te gusta, andá a cagar.

»La primera vez que fuimos a bailar a un boliche, fuimos juntos, ¿te acordás? Esa noche debería haber unas quinientas minas, y nosotros elegimos a la misma. ¡Los dos a la misma! —La risa de José retumbó en la sala desierta—. Eso nos marcó a fuego. Fue nuestro primer pacto de caballeros. La primera vez que pusimos nuestra amistad por encima de todo —cosa que hace rato que no pasa—, y ninguno la encaró. Nos agarramos flor de curda y nos fuimos abrazados. ¡Cómo olvidarlo!

»¡Qué linda época, por favor! Nos turnábamos para poner la cara y cubrirnos frente a la madre del otro. Nunca voy a olvidar cuando fuiste a casa y le dijiste a mi mamá que yo había acompañado al hospital a una chica que se había descompuesto en el boliche, mientras yo estaba en cana por no llevar documentos. Cuando me largaron, la vieja me felicitó y todo.

»Después, la facultad. Que esta carrera no, que aquella tampoco: todo por no separarnos. Al final nos decidimos por arquitectura. Qué emoción cuando terminamos la primera casa que nos encargaron. El otro día justo pasé, está igualita. Más de treinta casas hicimos juntos, ¿te das cuenta? Más de treinta. Y ahora se te ha antojado no hablarme. —La falta de reacción de Pedro le generaba una impotencia que no podía dominar—. ¿Sabés qué es lo que me molesta? Que siempre fui yo el más parco de los dos. ¿Qué se te ha dado ahora por robarme el papel? Qué pedante que sos cuando querés, ¡la que te parió!

»En las buenas y en las malas: siempre estuvimos juntos. Pero, por lo visto, a vos te importa una mierda. —José no aguantó más, y se paró para enfrentar al amigo—: Nunca te creí capaz de hacer lo que estás haciendo. Te digo, no es de buen amigo eso. No es de buen amigo. Esto no se le hace a un amigo. ¿Me lo merezco? Contestame, carajo. ¿Me lo merezco?

José caminó de un lado a otro como un autómata, escupiendo las palabras:

—Claro, no hablás porque sabés muy bien que yo tengo razón. No tenés excusa. Sabés que estás en falta, lo sabés, ¡muy bien lo sabés!, y por eso te hacés el gil.

Se tomó unos segundos para respirar hondo. Se apoyó contra una de las paredes heladas, y dijo:

—Es mucho camino recorrido juntos. Son treinta y cinco años, macho. ¡Treinta y cinco años! Son…, a ver…, son algo así como doce mil setecientos ochenta y tres días. ¿Escuchaste? ¿Escuchaste esa cifra? Mama mía, la cantidad de días de amistad que juntamos. Pero el tipo decide unilateralmente que se tiene que terminar, y andá a cantarle a Gardel. —Otra vez lo ganaban la bronca y la impotencia—. Total, a mí que me parta un rayo, ¿no? —José levantaba cada vez más la voz—. Lo que quiero que te quede bien clarito, y escuchame bien lo que te voy a decir: lo que quiero que te quede bien clarito, es que ésta no te la voy a perdonar. Y no me importa si te sentís mal por lo que te digo, no me importa. Te digo más: si te sentís mal, mejor.

Notó que las piernas le temblaban como si no aguantaran su peso, y se dejó caer hasta quedar agachado, y rompió en llanto.

—Y no te agrandes. No te agrandes, porque lloro de bronca, y no por otra cosa. Lloro de bronca, de indignación por tu ingratitud. Por eso lloro. Porque no te merecés que llore por otra cosa. Porque a los amigos no se los abandona, no importa el motivo. No se los abandona. ¿Me escuchás? Reaccioná, la reputísima madre que te parió, decí algo. Pegame, insultame, escupime, pero hacé algo. No te quedés ahí acostado, frío, inmóvil, en ese cajón de mierda.

»Mirá la hora qué es. ¿No ves que ahora van a venir esos cuervos a poner la tapa, y no te voy a ver más? ¡Dale, che! Que se acaba el tiempo. No me dejés acá solo como un pelotudo. Pedro, por favor te lo pido. Pedro…, Pedro, dale. ¡DALE, CARAJO, DALE!

—¡Bravo, bravo! —Se escuchó desde el fondo de la sala. Una joven embarazada, que apenas pasaba de la adolescencia, entraba aplaudiendo. La secundaban dos empleados de la funeraria, que venían a cerrar el cajón, y la miraban sorprendidos—. ¡Qué buen discurso, querido José! ¡Mi amado José! Un discurso sentido y emocionante.

—No hagás un escándalo. No es momento ahora…

—¿No es momento? —lo interrumpió ella— ¿Y cuándo es el momento? ¿Cuando lo hayamos enterrado? Ahora es el mejor, no: el único momento para hacernos cargo de nuestros errores. ¿No te parece que, en lugar de reprocharle que te abandonó, deberías pedirle perdón? Ambos deberíamos pedirle perdón. —Ahora, la chica se dirigía a los empleados, que no sabían cómo actuar—. Adelante: ciérrenlo, por favor. No quiero que mi padre tenga que soportar este delirio ni un minuto más.

Hizo una pausa, y los ojos se le llenaron de lágrimas.

—El señor era el mejor amigo de mi padre… Y es el padre de mi futuro hijo. —Miró a José, y susurró: —¿Vos también sentís que nosotros matamos a papá?

Biografía

Luis Moretti (Buenos Aires, Argentina, 1968) formado profesionalmente en el área de ventas es, además, actor y director de teatro. Hace tres años decidió dedicarse de lleno a cumplir con el sueño de ser escritor. Empezó su formación con Marcelo Di Marco, en su Taller de Corte y Corrección.

En la actualidad continúa con su formación profesional y está corrigiendo sus trabajos con diferentes integrantes del equipo pedagógico del TCyC. Corrige una novela con Francis García Reyes, y diferentes cuentos en otros grupos del TCyC con Marina Di Marco, Nomi Pendzik, y Marcelo Di Marco.

Su amor por la literatura lo incentivó a crear un canal de YouTube y de Spotify: Noches de pluma y tinta, dedicado a la lectura de cuentos de autores consagrados, y de escritores noveles que quieren dar a conocer su trabajo.

Te puede interesar

Cargando...
Cargando...
Cargando...